Mediación literaria

Mediación literaria: una actitud que se construye entre lo cotidiano y lo excepcional.

En la escuela, a menudo hablamos del fomento de la lectura como si fuera un objetivo a alcanzar, una tarea más que añadir a nuestro ya cargado día a día. Pero cuando nos detenemos a pensar qué significa realmente acercar a niños y jóvenes a la literatura, quizá nos damos cuenta de que no se trata tanto de hacer más, sino de cómo somos y cómo actuamos cuando trabajamos en torno a los libros. Por eso, más allá de metodologías, propuestas o lecturas concretas, es fundamental entender que la mediación literaria es, sobre todo, una actitud. 

No es solo una práctica, sino una forma de estar: estar presentes con una mirada curiosa, respetuosa y abierta ante las reacciones del alumnado. Es confiar en que todos, a su manera y a su ritmo, pueden encontrar una conexión significativa con la literatura. Esta actitud se manifiesta en muchos pequeños gestos y en algunas acciones más visibles, que conviven y se complementan. 

El valor de lo cotidiano: la lectura como hábito vital 

Las acciones cotidianas —las que ocurren de forma recurrente, casi sin hacer ruido— son el tejido que sostiene el vínculo entre niños y libros. Leer un rato cada día, tener una biblioteca de aula viva y acogedora, comentar lecturas con naturalidad, permitir momentos de lectura libre o compartida… Todo esto, que a veces parece poco, es esencial para que la lectura forme parte de la vida y no solo del currículum. 

Este riego constante, como el de una planta, puede parecer imperceptible a corto plazo, pero es lo que hace crecer el gusto por leer, la autonomía lectora y la capacidad de disfrute y reflexión. Cuando la lectura se integra en el día a día, deja de ser una actividad puntual para convertirse en una forma de estar en el mundo

El poder de lo excepcional: cuando la lectura se convierte en acontecimiento 

Ahora bien, no podemos olvidar las acciones excepcionales: aquellas que rompen la rutina y otorgan a la lectura un valor simbólico y emocional más intenso. Una visita de un autor o autora, una actividad artística a partir de un libro, una noche de cuentos, una exposición literaria hecha por el alumnado… Estas experiencias dejan huella. Son momentos que se recuerdan y que pueden transformar la percepción que un niño o niña tiene de la lectura. 

La clave está en combinar estas dos dimensiones: lo cotidiano y lo excepcional. No se trata de oponerlas, sino de entender que una alimenta a la otra. El trabajo constante permite que las acciones especiales no resulten artificiales, y los momentos extraordinarios dan sentido y motivación al esfuerzo diario.  

Leer con los niños, no solo hacer que lean 

Finalmente, la mediación literaria como actitud implica compartir la lectura desde la autenticidad. Leer con ellos, hablar de los libros que nos gustan o que nos remueven, mostrar que la lectura también nos interpela como adultos. Esa sinceridad conecta. Hace que la relación con la literatura sea viva, genuina, real. 

No hacen falta grandes recursos ni grandes discursos. A veces, una mirada de interés, una recomendación adecuada, una pregunta abierta o un silencio respetuoso ante una reacción inesperada son gestos de mediación potentes. No se trata de convencer, sino de ofrecer. No de dirigir, sino de acompañar. 

Y es en ese acompañamiento donde se hace visible el valor de nuestra actitud como docentes. Cuando mediación y lectura dejan de ser una tarea y se convierten en una forma de relacionarnos con los niños y con el lenguaje, es cuando la literatura puede arraigar, hacer florecer pensamiento y emoción, y quedarse con ellos mucho más allá del aula. 

 

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