Leyendas urbanas o las historias escalofriantes que las ciudades cuentan

Liliana Cinetto

Inquietantes y perturbadoras, las leyendas urbanas hicieron su irrupción en el escenario de la literatura en las últimas décadas del siglo XX con la fuerza arrolladora que caracteriza a todo texto popular. Con un anclaje en lo inexplicable y lo sobrenatural, este género contemporáneo comparte mínimas similitudes con las tradicionales y antiguas leyendas y suma nuevos rasgos que le aportan los medios tecnológicos de la era en que se difunde lo que, a su vez, explica la predilección que genera entre un público de adolescentes y jóvenes.

El primer conflicto que surge entre los investigadores a la hora de hablar de leyenda urbana es el de la denominación. Para muchos especialistas no es correcta; para otros bajo ese apelativo se engloban materiales de diversa índole y paratradicionales, para muchos la vía de transmisión invalida el considerarlos como parte de la cultura oral.

Intentaré en estas páginas echar algo de luz en esta controversia, desde mi punto de vista de escritora y autora de versiones literarias de este género o especie o subespecie, haciendo un recorte en el enmarañado y profuso universo de las leyendas urbanas.

Para comenzar, el nombre de leyenda urbana se le atribuye a Richard Dorson quien, hacia 1959, en su American Folclor la define como una historia moderna que nunca ha sucedido, contada como si fuera cierta. Pero el rol de este prestigioso investigador estadounidense fue mucho más importante que el de acuñar una denominación. Dorson fue el primero en percibir que estas historias constituían un género en si mismo, una categoría textual que debía analizarse en forma independiente y que merecía un serio tratamiento en el área del folklore actual. Si bien Dorson solo recopiló un escaso puñado de leyendas, fue un punto de partida esencial para trabajos posteriores de sus colegas.

Antes de seguir avanzando y para evitar equívocos, sería importante definir qué es una leyenda y qué es un mito, porque en el uso cotidiano estos dos términos suelen confundirse y emplearse en forma indiscriminada.

Según Mircea Eliade (1), es difícil hallar una definición exacta de mito aceptada por eruditos que, al mismo tiempo, sea accesible para aquellos que no son especialistas, porque el mito es una realidad cultural extremadamente compleja que puede abordarse e interpretarse desde perspectivas múltiples y complementarias. Para este autor rumano, la definición menos imperfecta, por ser la más amplia, es la siguiente: “el mito narra una historia sagrada, relata un acontecimiento que ha sucedido en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos, de los orígenes; el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. El mito es siempre el relato de una creación: narra cómo se ha producido algo, cómo ha comenzado a ser” (2).

Los personajes de los mitos son seres sobrenaturales o personajes con cualidades sobrenaturales (dioses o semidioses) y las actividades que éstos desarrollan influyen directamente en los hombres. “Los mitos revelan la actividad creadora y desvelan la sacralidad (o simplemente la sobre-naturalidad)” de las obras de estos dioses o semidioses. “Los mitos describen las diversas y a veces dramáticas irrupciones de los sagrado (o de lo sobrenatural) en el mundo. Es esta irrupción de lo sagrado lo que fundamenta realmente el mundo y la que la hace tal como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales.”(3)

Las leyendas son textos de tradición oral que relatan también hechos sorprendentes para lo cual se apoyan en antiguos mitos, en hechos de apariencia sobrenatural o maravillosa y en muchos casos en acontecimientos históricos que la fantasía popular adorna, desfigura, modificando los detalles que no son bien recordados y potenciando o intensificando cada vez más los aspectos fantásticos o heroicos.

 

Las leyendas son textos de tradición oral que relatan también hechos sorprendentes para lo cual se apoyan en antiguos mitos, en hechos de apariencia sobrenatural o maravillosa y en muchos casos en acontecimientos históricos que la fantasía popular adorna, desfigura, modificando los detalles que no son bien recordados y potenciando o intensificando cada vez más los aspectos fantásticos o heroicos. Para Alfonso Reyes (4), las leyendas suelen revelar un vínculo histórico y, entonces, crecen como derivaciones de la vida real o un vínculo geográfico, en cuyo caso son explicaciones míticas de lugares, poblaciones, accidentes geográficos y de la fisonomía del paisaje. Las leyendas transcurren en un pasado, pero no en un tiempo primordial–como el de los mitos, históricamente descontextualizado. Por remota que sea la referencia temporal, siempre hacen alusión más o menos explícita a alguna época o período. Los héroes tienen como en los mitos nombres y familias definidos y fijos y las acciones se desarrollan en un espacio real. Para Van Gennep (5), en la leyenda el lugar se indica con precisión, los personajes son individuos determinados, y sus actos tienen un fundamento que parece histórico. Para Colombres (6) las leyendas son “relatos que también dan cuenta del origen de una cosa pero no se remontan con igual fuerza al illo tempore y el espacio sagrado ni poseen la compleja estructura del mito.” Para él, el mito define un universo coherente, mientras que la leyenda toca aspectos aislados, como si fuera el remanente de un sistema simbólico desaparecido. Por eso señala que para que exista una leyenda hace falta un olvido previo, una ruptura con un universo mítico concreto que la presente como surgida por generación espontánea. Para Malinowski (7) las leyendas se inscriben en el ámbito de las cosas que ordinariamente experimentan los miembros de una sociedad y su valor paradigmático es menor que el del mito.

Es cierto, como afirma Eloy Martos Núñez, que no puede considerárselas leyendas en el sentido etimológico de la palabra (8) y que la leyenda tradicional contrasta con la urbana porque aquella está unida al lenguaje de las vinculaciones y esta huye de la vinculación. “Por eso mismo, la leyenda se postula como un discurso veraz, verídico que puede ser objeto de obtención (se señala o muestra el objeto tangible con el que está relacionada el relato… ) La leyenda urbana, por el contrario, es el reino del fake-lore, de los remakes, remezclas, falsificaciones y todo el conjunto de hibridaciones que poco tiene que ver con la tradición y más con lo que se ha dado en llamar la posmodernidad.” (9) El fake-lore es un neologismo también creado por Dorson para referirse a lo que se conoce como folklore de pega o folklore falso.

Sin embargo, a pesar de la reticencia de muchos investigadores a llamarlas de esta manera y a las muchas otras denominaciones con las que se las conoce, para mí no es casual que se haya generalizado el término de leyendas urbanas entre la gente. Tal vez la sabiduría popular haya percibido un cierto vínculo y determinadas similitudes entre ambas, sin percatarse por supuesto de aquellos elementos que claramente diferencian unas de otras, que sí identifican los estudiosos del tema, y que intentaré ir desglosando a continuación.

Cuando hablo aquí de leyenda urbana, me refiero entonces a una especie literaria con una clara y a veces compleja trama narrativa que, como todo texto folklórico, nace en la tradición oral, es anónima y polifónica, pues en ella resuenan múltiples voces que colaboraron a construirla o crearla.

Ahora bien, cuando hablo aquí de leyenda urbana, no me refiero a rumores, informaciones falsas o tergiversadas maliciosamente, chismes no verificados ni verificables, teorías conspirativas, exageraciones, embustes o noticias periodísticas con viso de realidad como el aumento del índice de natalidad luego del apagón de Nueva York del 9 de noviembre de 1965 que menciona José Manuel Pedrosa. (10) Dejo de lado toda esa miscelánea que los medios electrónicos y las redes sociales viralizan eficazmente en cuestión de segundos y a un ritmo vertiginoso y exponencial y en muchos casos provocan incluso un efecto de pánico como el tan mentado caso del niño que se pierde en el supermercado y aparece luego en el baño con el pelo rapado y otra ropa, porque había sido secuestrado por un banda de traficantes de órganos. Aunque no me centro en ellos, destaco lo que señala Pedrosa aportando múltiples ejemplos provenientes de la literatura incluyendo a Cervantes: que “el hilo conductor y enhebrador de todos estos relatos (hasta de los más serios y elitistas) es la voz oral, anónima, inconsumible, inmemorial, de la tradición, del folklore que nunca descansa en su tarea de contagiar (de contagiarnos) a todos de palabras compartidas y de conceptos y representaciones comunes aunque en la superficie puedan parecer (engañosamente) antagónicas.”(11)

Cuando hablo aquí de leyenda urbana, me refiero entonces a una especie literaria con una clara y a veces compleja trama narrativa que, como todo texto folklórico, nace en la tradición oral, es anónima y polifónica, pues en ella resuenan múltiples voces que colaboraron a construirla o crearla. Esto implica a su vez que no es un texto estático, sino en permanente construcción y reconstrucción, es decir que no tiene una forma única, fija y estable. Una misma leyenda urbana puede presentar múltiples versiones y variantes incluso en zonas alejadas o países remotos con poco o ningún vínculo cultural. Para Susana Chertudi versión es cada realización de un texto, esté registrada o no. Variante en cambio, es “la relación integrada por una secuencia de elementos comunes a una serie de versiones, las cuales se parecen más entre sí que a las de otras series. (…) Las versiones se dan en la realidad, mientras que las variantes son abstracciones productos del análisis comparativo.” (12) Coincido con Eloy Martos Nuñez en el hecho de que “las leyendas urbanas adolecen de lo esencial de las leyendas tradicionales: su anclaje a espacios, a tiempos o cronotopos… Todo lo contrario: en la leyenda urbana la vinculación se hace borrosa, evanescente, lo que se cuenta pasa en realidad en cualquier lugar del mundo, en cualquier curva de cualquier autopista…(13) Pero me pregunto: ¿no habrá intentado ese coro de voces anónimas reponer un cronotopo, un espacio y un tiempo determinado que es innegable en las leyendas tradicionales, como un intento desesperado de acercar estas neoleyendas a su realidad en un mundo globalizado donde todo se entremezcla y se confunde? No lo sé, pero es llamativo que el medio de difusión de las leyendas urbanas no es exclusivamente el ámbito de la oralidad. No solo se transmiten de boca en boca por narradores profesionales o espontáneos, sino que se conocen y divulgan por medios electrónicos como mails, páginas de internet, blogs e incluso aplicaciones modernas de teléfonos inteligentes o tablets que si bien requieren de la escritura, se manifiestan en su formato textual o en su superestructura como una conversación con rasgos distintivos de texto oral (chats, whatsapp, messenger…).

Por lo pronto, Ramón Llorenz García y José Rovira Collado, consideran que es con “la llamada web 2.0 o web social cuando la contradicción entre tradición oral e Internet desaparece y se produce un importante cambio en la transmisión y en la difusión de la tradición oral.” (14). Es más, legitiman estos medios como nuevos soportes o formas actuales que pueden ayudar a recuperar la tradición oral para la colectividad. De hecho, estos cibersoportes favorecen que las leyendas urbanas se esparzan tan rápido como un virus y que temas, conflictos, personajes, secuencias… se repliquen a nivel internacional modificando el escenario en el que transcurren y alterando, exagerando o agregando ciertos detalles que las hacen más aterradoras o más atractivas, pero sobre todo más propias y más próximas. Sin duda este factor determina que usuarios/lectores/consumidores/público den por sentado que es una historia real. Justamente para afianzar esta credibilidad el texto aporta no solo precisiones espaciales o temporales (calles, ciudades, estaciones de metro, lugares que existen de verdad, eventos históricos comprobables…), sino que el protagonista de los hechos tiene con el narrador un lazo supuestamente cercano, cierto y auténtico, aunque borroso e incomprobable. Siempre es un amigo o un pariente de un amigo o de un conocido o de un compañero. Por este motivo, se popularizó para las leyendas urbanas el nombre de FOAF, acrónimo en inglés de friend of a friend que podría traducirse como historias del amigo de un amigo, y que Rodney Dale empleó por primera vez en su libro The tumour in the whale para catalogar a este tipo de relatos. Esta pseudoverosimilitud ¿no será entonces otro esfuerzo de las voces anónimas de completar lo incompleto, de autenticar lo falso, con las herramientas que toma del inconsciente colectivo?

Algunas leyendas urbanas no son más que antiguas leyendas rescatadas del olvido y “aggiornadas” con detalles que les quitan el polvo y las disfrazan y maquillan con aires de modernidad. Si se descascara un poco, es posible hallar en ellas un evidente paralelismo con fábulas o consejas que ya se contaban hace siglos.

A esta altura deberíamos preguntarnos por qué se les dice urbanas. Porque la mayoría de estos populares relatos se desarrollan en un entorno si no estrictamente urbano, al menos industrializado, mencionando con frecuencia carreteras, automóviles, ascensores, teléfonos, juegos electrónicos, televisores, computadoras y otros elementos que eran más usuales en las ciudades que en ambientes rurales, hacia la segunda década del siglo XX cuando, según algunos folkloristas comenzaron a proliferar estas historias o cuando ellos, a partir de Dorson, se concentraron en recopilarlas y estudiarlas. Por supuesto, en este sentido el término urbano no es lo suficientemente específico para abarcar la multiplicidad que existe de estas narraciones que en muchos casos nos sitúan lejos de las grandes urbes, pero las instala en un mundo moderno y las opone a las tradicionales que han quedado debilitadas o a veces despojadas de aquello que las hacía creíbles para la comunidad en épocas anteriores y sobreviven simplemente como textos.

Al igual que ocurre con los cuentos maravillosos, me atrevo a afirmar que en las leyendas urbanas podemos identificar motivos recurrentes. Para Thompson, “un motivo es el elemento más pequeño en un cuento y tiene el poder de persistir en la tradición.” (15) Según él, la mayoría de los motivos son de tres clases: personajes, temas e incidentes aislados. De igual manera, en las leyendas urbanas encontramos la repetición constante de personajes. Pululan los fantasmas, los seres demoníacos, las mujeres sospechosamente bellas, las criaturas monstruosas que se metamorfosean y no develan su aspecto hasta que es demasiado tarde, las damas vestidas de blanco, el propio diablo, la Muerte encarnada como un ser humano…

También se reiteran temáticas como el uso de objetos para comunicarse con el más allá o los videojuegos que pueden provocar desde adicción incontrolada hasta la más completa locura, los encuentros imprevistos e indeseados en lugares solitarios, en caminos desolados o en cementerios, siempre de noche, las curvas peligrosas que provocan accidentes, la aparición o desaparición misteriosa de un personaje, generalmente una mujer o un niño, los muertos que no encuentran la paz eterna y retornan a los sitios que frecuentaban en vida, la confusión entre sueño y realidad, las advertencias que llegan desde la ultratumba… Y por supuesto se multiplican los incidentes como la falla del motor en plena noche o durante una tormenta, la prenda de abrigo que se presta a una supuesta persona y luego se halla sobre una sepultura, las presencias enigmáticas e injustificables en sitios abandonados o remodelados como edificios o estaciones de metro o de tren, los vehículos misteriosos que nos acechan para secuestrarnos… Todo contribuye a crear una atmósfera densa, irrespirable que nos va asfixiando a medida que leemos la historia o nos la cuentan tanto más cuando se afirma que los hechos que se narran le han ocurrido, en efecto, a un amigo de un conocido de…

Algunas leyendas urbanas no son más que antiguas leyendas rescatadas del olvido y “aggiornadas” con detalles que les quitan el polvo y las disfrazan y maquillan con aires de modernidad. Si se descascara un poco, es posible hallar en ellas un evidente paralelismo con fábulas o consejas que ya se contaban hace siglos.

Como sucede con todo material que proviene de la tradición oral, muchos escritores creemos que es, en esos textos milenarios, donde nace y se nutre la literatura y que son fundamentales o mejor aún fundacionales. Por eso no hemos podido escapar al atractivo y a la innegable tentación que provocan las leyendas urbanas. Y es así que nos hemos atrevido a sumergirnos en ese universo tan particular para leer las múltiples versiones que circulan y crear la nuestra, con nuestra voz única, con nuestras palabras cuidadosamente elegidas, con nuestra mirada irrepetible. Tanto en la antología Leyendas urbanas argentinas, que incluye textos de varios colegas, como en Historias escalofriantes que las ciudades cuentan, ambos publicados por EDEBÉ, disfruté recontando historias que conocía o que me habían contado en distintos lugares del mundo para llevar a mis lectores de viaje al mundo sobrecogedor de las leyendas urbanas. ¿Que son un invento, una historia falsa y engañosa, que carecen de autenticidad…? Sí, pero parafraseando a Calderón de la Barca ¿acaso no es eso, ficción, sombra, ilusión, sueño… lo que abunda en la literatura?

(1) ELIADE, M. Mito y realidad, Barcelona, Guadarrama, 1973

(2) ELIADE, M., op. cit.

(3) ELIADE, M., op. cit.

(4) REYES, A. La experiencia literaria, Buenos Aires, Losada, 1961

(5) VAN GENNEP La formación de las leyendas Barcelona, 1982

(6) COLOMBRES, A. Celebración del lenguaje, Bs.As. Ediciones del Sol, 1997

(7) MALINOWSKI, op. cit.

(8) MARTOS NÚÑEZ, E. “Leyendas tradicionales y leyendas urbanas” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(9) MARTOS NÚÑEZ, E. Op. Cit.

(10) PEDROSA, J. M. “Delicado, Cervantes, Kubrick…y el apagón de Nueva York: leyendas (urbanas) , ocios, insomnios y natalicios” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(11) PEDROSA, J. M.. Op. Cit.

(12) CHERTUDI, S. El cuento folklórico. Buenos. Aires. Centro Editor de América Latina, 1967

(13) MARTOS NUÑEZ, E. Op. Cit.

(14) LLORENZ GARCÍA, R.; ROVIRA COLLADO, J. “Tradición oral e Internet: un binomio fantástico. La transmisión de la literatura popular de tradición infantil en la red” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(15)THOMSON S. El cuento folklórico Universidad Central de Venezuela. Ed. de la Biblioteca. Caracas, 1972.

Liliana Cinetto nació en Buenos Aires y es profesora de Educación Primaria, profesora de Letras, escritora y narradora. Es autora de más de cien libros para jovenes, publicados