Cuentos infantiles clásicos de gabriela mistral: un hallazgo literario

Manuel Peña

Gran conocedora de la infancia y preocupada de su educación, la maestra rural que fue Lucila Godoy Alcayaga escribió poemas, estampas de viaje, artículos literarios y ensayos sobre la lectura bajo el pseudónimo de Gabriela Mistral (1889-1957). Nacida en Vicuña, Chile, en el valle del Elqui, tierra de vendimiadores y pastores a la que volvió siempre en pensamiento, Gabriela Mistral escribió páginas en las que recreó los cuentos infantiles clásicos transmitidos de generación en generación y la poesía infantil de tradición oral. Gustó de la ronda, el romance, el cuento popular y la canción de cuna. Colaboró con los grandes educadores reformistas de Latinoamérica, principalmente con el poeta, filósofo, educador y Ministro de Instrucción Pública, José Vasconcelos en México, país que la acogió y valoró desde sus inicios y a donde llegó en 1922 desde Chile, con 33 años, permaneciendo en el país hasta 1924. Allí fue feliz descubriendo ciudades, pueblos y paisajes, impregnándose de mexicanidad.

Escribió acerca de los cielos de México y de las artesanías de los indígenas. Observó las plantas, aves, flores y árboles del país, interesándose en el maguey y la palma real: “El indio mexicano ama la palma, la pinta en la mejilla de su cántaro en Guadalajara y la lleva en sí mismo; su cuerpo fino y acendrado tiene algo de ella” (1). Preocupada siempre de la educación a través de la lectura, visitó bibliotecas populares en regiones apartadas de México, promovió los libros infantiles y dictó conferencias sobre el valor formativo de la literatura. Con Palma Guillén escribió Lecturas clásicas para niños (1924) en dos tomos, con prólogo de José Vasconcelos, con el propósito de inculcar desde la infancia el gusto por la lectura de los mejores autores universales. La obra que hoy es una joya bibliográfica, contiene narraciones, mitos, leyendas, cantares de gesta y cuentos de sabor folclórico. En torno a la lectura, escribe: “La faena en favor del libro que corresponde cumplir a maestros y padres es la de despertar la apetencia del libro, pasar de allí al placer mismo y rematar la empresa dejando un simple agrado promovido a pasión. Lo que no se hace pasión en la adolescencia se desmorona hacia la madurez relajada” (2). Y luego recomienda: “Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre” (3).

Con una tabla apoyada en sus rodillas, escribe “Los Derechos del Niño” reivindicando su lugar en la sociedad: «El niño debe tener derecho a lo mejor de la tradición, a la flor de la tradición, que en los pueblos occidentales, a mi juicio, es el cristianismo» (4).

Interesada  por la problemática social de la infancia, escribe: «Muchas de las cosas que hemos menester tienen espera. El niño, no. Él está haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él no se le puede responder ‘mañana’. Él se llama ‘ahora’” (5).

Sus páginas en prosa se prestan muy bien para cultivar en los niños el amor hacia la belleza, la educación de los sentimientos, la naturaleza y el paisaje vernáculo. Para ellos, escribió poesía y cuentos de tono modernista que nos evocan los escritos por Rubén Darío, José Martí y Oscar Wilde. Son cuentos delicados y filosóficos como «Por qué las rosas tienen espinas», «La raíz del rosal» y «Por qué las cañas son huecas», con profundos simbolismos y riqueza de léxico.

Por su poesía lírica, su visión americanista y su preocupación por la infancia en Latinoamérica, mereció el Premio Nobel de Literatura en 1945, después de cuatro años de haber sido interrumpido por causa de la Segunda Guerra Mundial, siendo la primera y única mujer en lengua castellana en recibirlo.

Lectura y literatura infantil

La maternidad, la mujer, la infancia y el indigenismo, fueron sus temas predilectos, pero fundamentalmente la educación humanista a través del libro, le preocupó siempre: “Pasión de leer, linda calentura que casi alcanza a la del amor, a la de la amistad, a la de los campeonatos. Que los ojos se vayan al papel impreso como el perro a su amo; que el libro, al igual de una cara, llame en la vitrina y haga volverse y plantarse delante en hechizo real; que se haga leer un ímpetu casi carnal; que se sienta el amor propio de haber leído libros mayores de siempre y el bueno de ayer; que la noble industria del libro exista para nosotros por el gasto que hacemos en ella, como existen los tejidos y alimentos, y que el escritor se vuelva criatura presente en la vida de todos, a lo menos tanto como el político o industrial” (6).

 

“Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre”

En relación a la literatura para niños, la autora creía que debía ser aquella inspirada en el folclore. Según su pensamiento, en los arrullos, adivinanzas, rimas, cuentos de nunca acabar, retahílas, canciones para saltar al cordel, rondas o canciones de corro y romances transmitidos por vía oral, estaba la verdadera cantera capaz de cautivar al niño y guiarlo en la senda de la poesía y del arte. Es entonces cuando escribe: «La primera lectura de los niños sea aquella que se aproxima lo más posible al relato oral, es decir, a los cuentos de viejas y a los sucedidos locales» (7).

 

En “El Folklore de los Niños” publicado en 1936 en la “Revista de Pedagogía” de Madrid, señala que en estas viejas fórmulas de la lengua oral, estaba la clave de la poesía que debía escribirse para los niños, una poesía que si no se canta, debería ser escrita para ser cantada. En otra ocasión, escribe: «En la poesía popular española, en la provenzal, en la italiana del medioevo, creo haber encontrado el material más genuinamente infantil de rondas que yo conozca”. (8). Consideraba que el propio folclore adulto de esas regiones estaba lleno de piezas válidas para los niños. ¿No fueron cuentos de la tradición oral los que luego se difundieron entre la infancia en versiones recreadas? Gabriela Mistral lo sabe y retoma incluso los cuentos populares de antaño de Charles Perrault transmitidos por vía oral de generación en generación. Allí está «Caperucita Roja», el cuento clásico por excelencia que va a tener ahora una nueva interpretación y otro estilo al compás de su ritmo.

Algunas leyendas urbanas no son más que antiguas leyendas rescatadas del olvido y “aggiornadas” con detalles que les quitan el polvo y las disfrazan y maquillan con aires de modernidad. Si se descascara un poco, es posible hallar en ellas un evidente paralelismo con fábulas o consejas que ya se contaban hace siglos.

Por lo pronto, Ramón Llorenz García y José Rovira Collado, consideran que es con “la llamada web 2.0 o web social cuando la contradicción entre tradición oral e Internet desaparece y se produce un importante cambio en la transmisión y en la difusión de la tradición oral.” (14). Es más, legitiman estos medios como nuevos soportes o formas actuales que pueden ayudar a recuperar la tradición oral para la colectividad. De hecho, estos cibersoportes favorecen que las leyendas urbanas se esparzan tan rápido como un virus y que temas, conflictos, personajes, secuencias… se repliquen a nivel internacional modificando el escenario en el que transcurren y alterando, exagerando o agregando ciertos detalles que las hacen más aterradoras o más atractivas, pero sobre todo más propias y más próximas. Sin duda este factor determina que usuarios/lectores/consumidores/público den por sentado que es una historia real. Justamente para afianzar esta credibilidad el texto aporta no solo precisiones espaciales o temporales (calles, ciudades, estaciones de metro, lugares que existen de verdad, eventos históricos comprobables…), sino que el protagonista de los hechos tiene con el narrador un lazo supuestamente cercano, cierto y auténtico, aunque borroso e incomprobable. Siempre es un amigo o un pariente de un amigo o de un conocido o de un compañero. Por este motivo, se popularizó para las leyendas urbanas el nombre de FOAF, acrónimo en inglés de friend of a friend que podría traducirse como historias del amigo de un amigo, y que Rodney Dale empleó por primera vez en su libro The tumour in the whale para catalogar a este tipo de relatos. Esta pseudoverosimilitud ¿no será entonces otro esfuerzo de las voces anónimas de completar lo incompleto, de autenticar lo falso, con las herramientas que toma del inconsciente colectivo?

A esta altura deberíamos preguntarnos por qué se les dice urbanas. Porque la mayoría de estos populares relatos se desarrollan en un entorno si no estrictamente urbano, al menos industrializado, mencionando con frecuencia carreteras, automóviles, ascensores, teléfonos, juegos electrónicos, televisores, computadoras y otros elementos que eran más usuales en las ciudades que en ambientes rurales, hacia la segunda década del siglo XX cuando, según algunos folkloristas comenzaron a proliferar estas historias o cuando ellos, a partir de Dorson, se concentraron en recopilarlas y estudiarlas. Por supuesto, en este sentido el término urbano no es lo suficientemente específico para abarcar la multiplicidad que existe de estas narraciones que en muchos casos nos sitúan lejos de las grandes urbes, pero las instala en un mundo moderno y las opone a las tradicionales que han quedado debilitadas o a veces despojadas de aquello que las hacía creíbles para la comunidad en épocas anteriores y sobreviven simplemente como textos.

FALTA SELECCIONAR TEXT

Al igual que ocurre con los cuentos maravillosos, me atrevo a afirmar que en las leyendas urbanas podemos identificar motivos recurrentes. Para Thompson, “un motivo es el elemento más pequeño en un cuento y tiene el poder de persistir en la tradición.” (15) Según él, la mayoría de los motivos son de tres clases: personajes, temas e incidentes aislados. De igual manera, en las leyendas urbanas encontramos la repetición constante de personajes. Pululan los fantasmas, los seres demoníacos, las mujeres sospechosamente bellas, las criaturas monstruosas que se metamorfosean y no develan su aspecto hasta que es demasiado tarde, las damas vestidas de blanco, el propio diablo, la Muerte encarnada como un ser humano…

También se reiteran temáticas como el uso de objetos para comunicarse con el más allá o los videojuegos que pueden provocar desde adicción incontrolada hasta la más completa locura, los encuentros imprevistos e indeseados en lugares solitarios, en caminos desolados o en cementerios, siempre de noche, las curvas peligrosas que provocan accidentes, la aparición o desaparición misteriosa de un personaje, generalmente una mujer o un niño, los muertos que no encuentran la paz eterna y retornan a los sitios que frecuentaban en vida, la confusión entre sueño y realidad, las advertencias que llegan desde la ultratumba… Y por supuesto se multiplican los incidentes como la falla del motor en plena noche o durante una tormenta, la prenda de abrigo que se presta a una supuesta persona y luego se halla sobre una sepultura, las presencias enigmáticas e injustificables en sitios abandonados o remodelados como edificios o estaciones de metro o de tren, los vehículos misteriosos que nos acechan para secuestrarnos… Todo contribuye a crear una atmósfera densa, irrespirable que nos va asfixiando a medida que leemos la historia o nos la cuentan tanto más cuando se afirma que los hechos que se narran le han ocurrido, en efecto, a un amigo de un conocido de…

Algunas leyendas urbanas no son más que antiguas leyendas rescatadas del olvido y “aggiornadas” con detalles que les quitan el polvo y las disfrazan y maquillan con aires de modernidad. Si se descascara un poco, es posible hallar en ellas un evidente paralelismo con fábulas o consejas que ya se contaban hace siglos.

Como sucede con todo material que proviene de la tradición oral, muchos escritores creemos que es, en esos textos milenarios, donde nace y se nutre la literatura y que son fundamentales o mejor aún fundacionales. Por eso no hemos podido escapar al atractivo y a la innegable tentación que provocan las leyendas urbanas. Y es así que nos hemos atrevido a sumergirnos en ese universo tan particular para leer las múltiples versiones que circulan y crear la nuestra, con nuestra voz única, con nuestras palabras cuidadosamente elegidas, con nuestra mirada irrepetible. Tanto en la antología Leyendas urbanas argentinas, que incluye textos de varios colegas, como en Historias escalofriantes que las ciudades cuentan, ambos publicados por EDEBÉ, disfruté recontando historias que conocía o que me habían contado en distintos lugares del mundo para llevar a mis lectores de viaje al mundo sobrecogedor de las leyendas urbanas. ¿Que son un invento, una historia falsa y engañosa, que carecen de autenticidad…? Sí, pero parafraseando a Calderón de la Barca ¿acaso no es eso, ficción, sombra, ilusión, sueño… lo que abunda en la literatura?

(1) ELIADE, M. Mito y realidad, Barcelona, Guadarrama, 1973

(2) ELIADE, M., op. cit.

(3) ELIADE, M., op. cit.

(4) REYES, A. La experiencia literaria, Buenos Aires, Losada, 1961

(5) VAN GENNEP La formación de las leyendas Barcelona, 1982

(6) COLOMBRES, A. Celebración del lenguaje, Bs.As. Ediciones del Sol, 1997

(7) MALINOWSKI, op. cit.

(8) MARTOS NÚÑEZ, E. “Leyendas tradicionales y leyendas urbanas” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(9) MARTOS NÚÑEZ, E. Op. Cit.

(10) PEDROSA, J. M. “Delicado, Cervantes, Kubrick…y el apagón de Nueva York: leyendas (urbanas) , ocios, insomnios y natalicios” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(11) PEDROSA, J. M.. Op. Cit.

(12) CHERTUDI, S. El cuento folklórico. Buenos. Aires. Centro Editor de América Latina, 1967

(13) MARTOS NUÑEZ, E. Op. Cit.

(14) LLORENZ GARCÍA, R.; ROVIRA COLLADO, J. “Tradición oral e Internet: un binomio fantástico. La transmisión de la literatura popular de tradición infantil en la red” en Tradición y modernidad en la literatura oral: homenaje a Ana Pelegrín edición preparada por Pedro C. Cerrillo y César Sánchez Ortiz, Cuenca, Universidad de Castilla La Mancha, 2010

(15)THOMSON S. El cuento folklórico Universidad Central de Venezuela. Ed. de la Biblioteca. Caracas, 1972.

Marina Subirats Martori, socióloga, gestora pública, política y filósofa española. Fue Directora del Instituto de la Mujer (Ministerio de Asuntos Sociales), 1993 a 1996 y oc