De bruixes i fades i altres dones malvades

Marina Subirats

Durante milenios la escritura estuvo prácticamente vedada a las mujeres; la gran mayoría de ellas no sabían escribir, y las que eran capaces de hacerlo estaban tan absortas en sus innumerables tareas caseras que no tenían ninguna posibilidad de hacerlo. Y si alguna, venciendo mil dificultades, osaba escribir, solía verse expuesta a toda clase de burlas o incluso castigos, por considerarse que se trataba de una actividad impropia de mujeres. Algunas se empeñaron, por supuesto, pero sus nombres fueron casi siempre borrados de la historia.  De manera que si miramos atrás, apenas encontramos producciones escritas de mujeres; en los últimos años muchas han sido pacientemente recuperadas, y comenzamos a conocer nombres y obras;  probablemente, una ínfima minoría de las que escribieron o de las que pudieron haberlo hecho si las circunstancias se lo hubieran permitido.

Y sin embargo, los relatos de las mujeres existieron. Para quien sepa escucharlos, los cuentos, las leyendas, las canciones populares, revelan secretos importantísimos que la humanidad ha guardado cuidadosamente cifrados en formatos considerados menores para escapar a la represión. Mucho antes de que grandes escritores los plasmaran en el papel, los cuentos habían sido construidos lentamente durante largas veladas, cuando las abuelas los contaban a sus nietos y nietas para que supieran cómo funciona el mundo y aprendieran a estar en él de la mejor manera posible. Para que conocieran la vida real y aprendieran a leer entre líneas grandes verdades que no pueden proclamarse en voz alta, pero que están ahí y son fundamentales para entender quiénes somos. Los cuentos fueron rodando de boca en boca, años y años, generación tras generación, añadiendo matices, experiencias, personajes, sabiduría, magia; y se convirtieron en cantos rodados pulidos por el mucho uso, cargados de verdades misteriosas. Luego, cuando fueron escritos, muchas cosas cambiaron: ya no contaban lo mismo, ya respondían a las normas del orden, de aquello que se consideraba correcto. Perdieron parte de su frescura y vitalidad, de su carácter transgresor, para ser presentados en sociedad de manera conveniente. Es como meter las piedras redondas en una caja cuadrada. Las podremos transportar, regalar, contemplar, guardar para siempre. Pero nunca volverán a sonar como sonaron cuando las recogimos en la playa.

¿Y cuáles son estas verdades ocultas? Veamos algunas de ellas. Mientras en la historia oficial, la que se escribe en el mármol y en los libros importantes, se habla casi únicamente de los grandes hombres sabios y heroicos, las mujeres, los niños y niñas, los pobres, no están en ellos, y si alguna vez aparecen son siempre tratados como ignorantes e incultos, incapaces de entender las grandes ideas, de resolver los problemas graves. Los cuentos de los grandes escritores, inspirados en los relatos populares, se acercan a estos modelos. Las princesitas son bellas pero estúpidas, por si mismas no pueden llegar a nada. Necesitan que un príncipe las despierte, las lleve por la vida cogidas de la mano, porque las niñas deben aprender que, para ser una buena mujer, hay que ser obediente y callada, bella y sumisa, y dejarse guiar por quien sí que sabe, un príncipe azul. Los niños están expuestos a mil peligros y no saben reconocerlos, de modo que pueden fácilmente tropezar con cualquier gigante o cualquier monstruo y ser devorados por él. El orden se impone: los fuertes son poderosos y deciden sobre el mundo, los débiles son torpes y cometen errores.

Perquè és al conte, entès com una cosa fantàstica, no real, on s’han pogut refugiar certs grups socials, certes afirmacions que, si fossin emeses en altres registres considerats majors, podrien comportar greus problemes.

Sin embargo, en alguno de estos cuentos hallamos todavía un sustrato popular que no ha sido totalmente sepultado y que nos habla de otras realidades. Así, en muchos cuentos populares que no me llegaron por los libros, sino porque me los contaba mi madre que los había oído de su abuelo, hay siempre tres hermanos, que quieren emprender una aventura. Comienza el mayor, y pronto fracasa; lo intenta el segundo, y fracasa también; sólo el más pequeño sabrá evitar los obstáculos, intuirá que piedra del río es peligrosa, que trampa le tiende el terrible gigante, cómo llevar su empresa a buen fin y acabar triunfando. ¿No os sorprende que sean precisamente los Pulgarcitos los capaces de resolver los enigmas? ¿No habíamos quedado que sólo los grandes sabios viejos podían poseer la sabiduría?

¿Qué ha pasado entonces?  ¿Por qué el cuento popular invierte los valores oficiales y nos habla de otra realidad? Porque es en el cuento, entendido como algo fantástico, no real, que han podido refugiarse ciertos grupos sociales, ciertas afirmaciones que, de ser emitidas en otros registros considerados mayores podían comportar serios problemas. La gente humilde, los muchachos y muchachas de los pueblos, no deben ser sabios, ni listos, ni ingeniosos. Pero las abuelas, por medio de fábulas y leyendas, decían a sus nietos y nietas que esto no era cierto, y que a veces son precisamente los pequeños y aparentemente débiles aquellos más capaces de resolver las situaciones más difíciles. Algo que sólo podían contar en un cuento, porque iba contra todos los principios básicos de la sociedad.

Y es por ello que este tipo de producciones nos ofrecen la posibilidad de contar nuestra versión del mundo, o imaginarla al menos. Los pequeños pueden vencer a los poderosos: los niños vencen a los ogros, las niñas seducen a los príncipes, las caperucitas triunfan sobre los lobos, las cenicientas se burlan de sus madrastras. En los cuentos la pobreza es vencida, dejada atrás, y los sueños se cumplen, y los niños y niñas pueden vivir felices durante el resto de sus vidas. En los cuentos las mujeres vencemos el orden patriarcal; a veces realizando un sueño de amor, premiadas por nuestras cualidades, a veces dando felicidad a los demás, con nuestros dones maravillosos. Es en los cuentos donde a menudo podemos leer los sueños ocultos de los pobres de este mundo, entre los cuales hemos estado desde siempre las mujeres.

Así, por ejemplo, en relación a las mujeres, la verdad oficial dice que son ignorantes e incapaces, eternas menores de edad, sólo rescatables por el amor de un hombre. Pero los cuentos nos hablan de otra verdad: en su versión popular se inscribió el saber de las mujeres, un saber clandestino, porque demasiado amenazador. Los cuentos nos dicen que las mujeres pueden ser seres de luz, transformar la vida y hacerla feliz, que son todopoderosas, buenas. Ah, pero no son realmente mujeres, son hadas, producto de nuestra imaginación. El cuento nos llevó a atisbar un profundo secreto, el de la capacidad de las mujeres para procurar la felicidad; pero enseguida hubo que rectificar, que volver a esconder una verdad tan inconveniente, mostrando que aunque tengan figura de mujer, las hadas no son sino una fantasía, una ficción, y nada tienen que ver con los seres reales que habitan entre nosotros y que, a menudo, tanto contribuyen realmente a nuestra felicidad.

 

És als contes on sovint podem llegir els somnis ocults dels pobres d’aquest món, entre els quals hem estat des de sempre les dones.

Más impactante aun es el ejemplo de las brujas. No sabemos de modo cierto como fueron tratadas inicialmente las brujas en los cuentos populares; algo si está claro: en el origen había mujeres sabias que poseían mil secretos, podían obtener aquello que deseaban, podían transformar la realidad. Eran mujeres de un gran saber y una gran experiencia que no podía ser reconocida ni llamada por su nombre, porque ello significaría enfrentar la versión oficial de la sociedad, reconocer que, lejos de ser seres simples y desvalidos, necesariamente obligados a someterse al poder patriarcal para lograr sobrevivir, las mujeres tienen miles de recursos para enfrentarse a las dificultades de la vida y superarlas. No podía saberse que eran capaces de desentrañar los secretos de la naturaleza para extraer de ellos las formas adecuadas de proceder. Que, solas, las mujeres pueden bailar y divertirse a la luz de la luna, sin necesidad de permisos de nadie.

Pues bien, esta verdad no podía ser admitida ni como producto de la fantasía. El saber de las mujeres les confería un poder excesivo para la dominación masculina: era, directamente, un peligro para el dominio patriarcal. De modo que ni en los cuentos podía presentarse como

algo positivo. Las mujeres sabias debían ser consideradas como seres malévolos, temibles, amenazadores; había que acabar con ellas. Una mujer capaz de actuar por su cuenta, de confiar en su propio criterio y en su propio saber, era un peligro que debía ser conjurado, eliminado, quemado si era necesario. Negado de raíz, ridiculizado, como son negados y ridiculizados todavía hoy tantos conocimientos de las mujeres. De aquí que se las llamara brujas, y aparecieran como seres terribles, porque la sabiduría de las mujeres debía ser condenada, y un aviso a todas las niñas y jóvenes de lo que les podía suceder si trataban de tener conocimientos y criterio propio, de ser autónomas y libres. Fue así como los saberes de las mujeres fueron expropiados: se negó su capacidad curativa y la medicina comenzó a ser practicada por hombres; lo mismo sucedió con la cocina, y con otras actividades humanas, en las que se niega el origen de los saberes, simplemente por el hecho de que se deben al saber acumulado por las mujeres a través de milenos.

Les dones sàvies havien de ser considerades com a éssers malèvols, temibles, amenaçadors; calia eliminar-les. Una dona capaç d’actuar pel seu compte, de confiar en el propi criteri i en el propi saber, era un perill que havia de ser conjurat, eliminat, cremat si calia.

Esta etapa de silencio, usurpación y desprecio va siendo superada, gracias a tantas mujeres que se han rebelado, que han infringido las normas y que construyen una voz propia. Aun no siempre reconocida, es cierto, pero ya alta y clara, abierta y pública. Las mujeres escribimos hoy sobre cualquier tema; podemos, finalmente, narrar nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras reflexiones. Los libros escritos por mujeres se multiplican y, cada vez más, tienen un sello especial, distinto; una literatura de mujeres se va construyendo, y ello, que en el pasado fue considerado un signo de obra menor, nos abre ahora las puertas de un mundo distinto en el que aparece una visión complementaria a la masculina, otra cara de la realidad. Porque las mujeres, por la forma en que hemos sido educadas, fijamos nuestra atención en aspectos diferentes a los que contemplan los hombres, y por lo tanto vemos y contamos otras realidades, que ya existían, pero ocultas, menospreciadas, ignoradas. Por fin el universo femenino se va revelando al mundo, en una pluralidad de experiencias y de voces, como no podía ser menos.

Es curioso constatar, sin embargo, que la actual floración de textos literarios femeninos, la capacidad de expresarse en nuevos registros de todo tipo, no implica la desaparición del cuento. Que lo que hay en él de misterioso, de fantástico, de transgresor, sigue interesando a muchas autoras, sea como parte de una construcción maravillosa con la que presentar el mundo a las nuevas generaciones, sea como forma de inventar una experiencia distinta, una descripción de la realidad estilizada en una poética que la embellece y dulcifica, o de perpetuar una forma de vida que va tocando a su fin. Es muy interesante ver, en este número de la revista Tantágora, los distintos tratamientos del cuento por parte de diversas autoras del pasado o del presente, desde los cuentos folklóricos de Fernán Caballero, todavía travestida bajo un nombre masculino, hasta el romanticismo costumbrista de Enriqueta González Rubín, ahora recuperada del olvido al que tan frecuentemente se ha sometido a nuestras autoras. Desde los cancioneros de las fábricas que expresan las ilusiones y los problemas de las trabajadoras hasta la reivindicación moderna de los cuentos de hadas como expresión necesaria de aspectos fundamentales de la vida, por parte de Marina Colasanti. Vamos adquiriendo voz, vamos desvelando nuestro universo, de una riqueza de matices extraordinaria. Y sin embargo, el mundo sigue sin ser nuestro; el androcentrismo domina aun la cultura y las autoras continúan siendo estricta minoría en los libros de texto en los que las nuevas generaciones aprenden a ser.

Hay que agradecer todo esfuerzo por visibilizar las producciones de mujeres, y hoy en especial a Tantágora, por mostrar su vitalidad y sus aportaciones, por desvelar tantos nombres antiguos y actuales que siguen ocultos por el sólo hecho de pertenecer a autoras. Y hay que seguir reivindicando los cuentos y las narraciones fantásticas en las que todo es posible, en las que otras relaciones entre los seres humanos pueden ser ensayadas y en las que todas las personas puedan ser felices y comer perdices para siempre. Un mundo que, hoy, por fin, puede ser construido especialmente por las mujeres.

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